viernes, 1 de mayo de 2009

martes, 14 de abril de 2009

And the Oscar goes to...

Mucho nos habían contado de Cuba, pero nada parecido.
La misión era llegar a la Ciudad Vieja, el día estaba lindo, muy caluroso. No habíamos caminado tres cuadras cuando se nos acercó un muchachito joven, quería fuego, y Sebita -que le cuesta hacer amistad con los desconocidos y más aún si son foráneos- no dudó en ayudarlo. En seguida nos preguntó a donde íbamos y nos contó que él era una suerte de guía turístico. Muy simpático resultó. Nos dijo que iba para un festival callejero de salsa, que prácticamente toda la juventud de la Habana estaba ahí. Nos lo vendió imperdible. Ofreció llevarnos a cambio de que le contáramos del mundo, mencionó el bloqueo de información y la cuasi nula libertad de expresión.
Estábamos recién llegados, la Ciudad Vieja podía esperar.
En el camino intercambiamos culturas y nos extrañó que no preguntara más. Él hablaba mucho, sin parar, caminábamos muy rápido y lo que prometió ser cerca parecía nunca llegar. Comentamos lo complicado de las monedas en Cuba y nos dijo -para nuestro asombro- que las monedas eran tres: el cuc, el peso cubano y el chavito, este último había sido nombrado en honor a Chávez, su principal responsable. Hasta el momento sólo habíamos oído nombrar dos, aparentemente la existencia del chavito era ocultada a turistas por ser mucho más conveniente que el cuc. Nos extrañó que Rosita -nuestra anfitriona- no nos lo hubiera mencionado, pero bastante poco entendíamos con dos monedas como para cuestionar, además Ernesto -nuestro nuevo amigo- insistía en que ella lo había ocultado para sacar provecho.
Nos comentó que el tan mencionado festival era en conmemoración de no sé qué puta y que por tres días todo iba a permanecer cerrado, incluso los bancos. La conversación fluía con increíble naturalidad. Nos preguntó si teníamos planeado hacer algún viaje al interior, y comentó que un amigo suyo trabajaba en Cruz Azul -la principal compañía de ómnibus en Cuba- y que nos podía ayudar con el itinerario. A partir de este momento habló sin parar. Cruz Azul quedaba de pasada para el festival, propuso pasar por allí y ver a su amigo, lo contactó por celular. Usaba mucho el celular, prácticamente todo el tiempo. Nosotros no queríamos comprometernos, pero Ernesto insistió en que su amigo nos asesoraría sin compromiso por lo que finalmente accedimos a encontrarnos con él. La empresa quedaba en una esquina casualmente pintada de azul pero como casualmente era la hora del almuerzo, encontramos a su amigo donde casualmente había un bar. Entramos y nos sentamos a conversar. Casualmente el amigo tenía un folleto informativo de Cruz Azul en el bolsillo de la camisa. La conversación no tardó en volver sobre el tema de la moneda, el amigo confirmó lo que Ernesto nos había advertido y los dos insistieron en que lo más conveniente era que consiguiéramos chavitos. Como únicamente los cubanos tenían acceso a esa moneda, amablemente se ofrecieron a hacer la transacción en un cambio que casualmente había al lado del bar, pero no había mucho tiempo, ya que a las cuatro de la tarde cerraban todos los bancos y cambios del país, e iban a permanecer cerrados por cuatro días!!!
A esta altura ya eran las dos de la tarde, treinta y pico de grados de calor. Todo nos parecía muy extraño, pero en Cuba hasta lo más insólito resultaba posible. Y el hecho de que Cuba fuera un misterio para nosotros avalaba cualquier hipótesis.
De todas formas no teníamos el dinero, lo habíamos dejado en lo de Rosita. Todo era tan rápido, y ellos hablaban mucho. No se cómo pasó, pero en menos de dos minutos estábamos en un taxi rumbo a lo de Rosita. Ernesto iba adelante, hablando. Nosotros atrás, mudos. Nos costaba escuchar lo que Ernesto decía, y por primera vez en dos horas pudimos pensar. Y dudar.
El misterioso chavito, las incesantes conversaciones por celular, el festival de salsa al que nunca llegamos, el amigo de Ernesto, Ernesto, el cierre de los bancos, las "oficinas" de Cruz Azul, y el aparentemente único cambio de toda Cuba para realizar la transacción.
Sebita entendió primero. Todo encajaba tan bien y tan mal al mismo tiempo... yo no lo podía creer. Cuando llegamos a lo de Rosita, le dimos a Ernesto el dinero para el taxi y le dijimos que no volvíamos con él. Están dudando de mí? preguntó con ojos vidriosos. Y una lágrima se deslizó por su mejilla.
And the Oscar goes to...