sábado, 7 de junio de 2008

Sufrimos una feliz infancia

Tuvimos una infancia a prueba de gérmenes y maltratos varios, por eso todos creímos que mi hermana mayor padecía de alzheimer prematuro cuando nos prohibió darle agua de la canilla a mi sobrina Emilia. Se vé que un extraño mecanismo hizo que borrara por completo ese período de su infancia.
Y no exagero... todo empezó con inocentes "cacerías" para las que teníamos que recolectar, entre otras cosas, 10 moscas vivas, 4 toritos, 6 flores de cardo, una mariposa, 6 mojarritas y 15 renacuajos vivos. Recolectar toda esta sarta de alimañas nos llevaba toda la tarde, caminábamos kilómetros al rayo del sol en pleno verano, nos sumergíamos en aguas putrefactas, cruzábamos arroyos con el riesgo de ser arrastrados por una corriente o de resbalarnos y rompernos la cabeza contra una roca. Mientras nosotros nos adentrabamos en los peligros del campo, los mayores aprovechaban para dormir la siesta. Un día mi madre y mi tía decidieron hacer una búsqueda del tesoro, la primera y la última, porque al no entender la complicada caligrafía de las pistas, íbamos cada cinco minutos a despertarlas con alguna consultilla.
Según Marcos, ellos querían que muriéramos, pues eramos muchos y la falta de alguno casi no se hubiera notado. Pensándolo bien, no encuentro otra explicación. Cabe aclarar que la "mayor" del grupo era mi hermana Patricia que en ese entonces debería tener unos diez años, yo tendría cinco, y no era la menor.
Cuando no teníamos ninguna cacería organizada inventábamos algún otro juego peligroso, hacer artesanías en barro era uno de ellos. Implicaba ir a buscar la materia prima a una cantera con una carretilla y un latón de metal que bien supo causar cortes (por suerte nunca mortales) en la mayoría de sus usuarios. Pero esto tampoco parecía preocupar a los mayores que asistían siempre entusiastas a las ferias de artesanías que organizábamos para recaudar fondos.
En torno a estas dos actividades giraba nuestra recreación, el resto era trabajo. Y pesado.
Todo apunta a que seguramente mi padre nos guardaba algún extraño y oculto rencor, y depositaba todo ese odio en nosotros, es la única forma posible de que un hombre grande no sintiera la más mínima compasión por un niño de cinco años, al que obligaba a pasar sus vacaciones realizando agotadoras tareas de campo.
La más liviana -y aburrida- de estas tareas era la de hacer "bandera", consistía en pasarse la tarde parado al rayo del sol con una bandera de caña en la mano esperando que el tractor fuera y viniera, fuera y viniera chiquisientas veces y a paso de tortuga. Cuando empezaba a picar el hambre, mientras el tractor estaba lejos aprovechábamos para darnos una panzada de macachines, y comprobar una vez más que -afortunadamente- no eran tóxicos. Tremebunda tarea hubiera sido imposible de soportar si no fuera por el hecho de que todas, sin excepción, estábamos perdidamente enamoradas del tractorista. Y paradógicamente, moríamos por hacer "bandera".
En orden ascendente de sufrimiento, le seguía la de ir al monte a juntar leña. Aquí, el hecho de que los leños fueran muy pesados para niños tan pequeños o que muchas veces termináramos con las manos perforadas por astillas de más de veinte centímetros de largo, se veía atenuado nuevamente por la presunta presencia del acosado tractorista.
Otra actividad que realizábamos asiduamente era la de apartar ganado, resultó completamente imposible convencer a mi padre de que realmente nos causaba terror pararnos delante de un novillo de mil novecientos cincuenta kilos que embestía hacia nosotros. Esta labor culminaba invariablemente con algún niño llorando desconsolado. Mi padre negaba con la cabeza mientras sonreía incrédulo.
Había un trabajo que encontrábamos extremadamente divertido... bañar ovejas!!! No sé qué causaba tal diversión, si el peligro inminente de morir intoxicados con tan sólo aspirar fuerte aquel producto, o el morbo que nos producía el sufrimiento de aquellos animales que balaban desesperados antes de que el verdugo hundiera sin piedad su cabeza en el agua envenenada con una herramienta que no habría de proceder de otro lado que la mismísima Edad Media.
Pero sin duda una de las más terribles era la de juntar piedras. Sí, piedras de diez, veinte, incluso treinta kilos, que mi padre insistía en que cualquier niño era capaz de cargar fácilmente con una bolsa de plastillera atada a su cintura. De más está decir que dicha tarea nunca se hacía en invierno y nunca en la mañana temprano, aparentemente el sol en su máximo poderío era fundamental para un mejor desempeño.
Un día mi padre anunció que tenía un trabajillo de lo más entretenido para nosotros, consistía en sacar postes de una laguna. Teniendo en cuenta que era verano y hacía treinta grados de calor, a Elina y a mí nos pareció de lo más conveniente y ni perezosas pero sí un poco lerdas, no tardamos en ofrecernos para llevarlo a cabo. Viniendo de mi padre debimos haber sospechado algo. El muy cretino se olvidó de comentar que el agua en la que debíamos sumergir nuestras preciadas cabecitas había alcanzado un perfecto estado de putrefacción. Fue una tarde para el olvido, no volvimos a hablar del tema hasta hace un par de años, cuando finalmente logramos sobreponernos a semejante humillación.
Pero con el tiempo aprendimos a seleccionar mejor las tareas y ante cualquier sospecha nos tomábamos el trabajo de investigar exhaustivamente de qué se trataba. Fue así que sobrevivimos y nos fuimos haciendo fuertes, mientras el sol brillaba, las chicharras cantaban y nuestros padres... dormían la siesta.

5 comentarios:

flower dijo...

Viví esos días como si hubiera sido una hermana o prima tuya, muy linda descripción, me alegro que hayas vuelto a postear. Besos, flor.

Unknown dijo...

Che Lali, ya que entraste en tan detallada descripcion de las tareillas que causaron, si bien no heridas físicas permanentes, heridas y traumas psicológicos que han costado honorarios mil de todo tipo de tratantes mentales y animicos, desde psiquiatras hasta mediums, podrías haber contado, como quien no quiere la cosa, el destino del tractorista principe azul, motor de nuestras mazoquistas aventuras, destino final no menos traumatizante para nosotras que cualquier embestida de novillo...Dale, contá, no seas tímida...

Unknown dijo...

ACLARACIÓN: Macabro destino final..

Julia Cassinelli dijo...

jua jua jua!!!!!!!!!! por dios, lo del baño de las ovejas! tal cual! en mi caso creo que era mezcla de morbo con miedo a caer en esa fosa que era como un plato gigante de sopa de ovejas deseperadas. 80% morbo me atrevería a decir, ver paralizadamente como le hundían la cabeza bajo el agua a un animal deseperado por respirar! jodidazzzzo

Unknown dijo...

Juaaaaaaaaaaaaaa!!! Bueniiiisimo!!!
Sos una divina Lali!!! Que tiempos... Snife Snife..