jueves, 18 de marzo de 2010

Anexo "Sufrimos una feliz infancia"

Hace unos días recordé un pasatiempo no menor que acostumbrábamos tener de chicos. 
Resulta que abandonado en uno de los galpones de la estancia, había un auto viejo que había pertenecido a algún antepasado de la familia y que por razones ajenas a nuestro conocimiento había sido desechado y archivado: "el Goliat". 
Sin duda su pasado (y buena parte de su presente) era oscuro, se olía algo sospechosamente ilegal en todo el asunto, pero a nosotros poco nos importaba, lo único trascendental del caso era que actualmente el auto se encontraba a nuestra entera disposición. 
Claro está que ninguno sabía manejar. La mayor era Paty, que para ese entonces debería rondar los catorce años. Y claro que el vehículo estaba lejos de ser una maravilla de la ciencia y la tecnología (digamos que le costaba un poco arrancar). Pero nada de esto nos detenía, en absoluto, ni tampoco detenía a nuestro padres que seguramente dormían la siesta deseando secretamente que el Goliat (y todos sus desafortunados ocupantes) culminaran exitosamente su viaje hacia el más allá.
Iniciar la marcha en el Goliat implicaba todo un ritual, alguno de los "mayores" debía ponerse al volante mientras todos los demás lo empujábamos por aquel camino de balastro hasta que al final de la bajada, que era donde el bólido alcanzaba una velocidad considerable y finalmente arrancaba. El tema era que una vez que arrancaba no era recomendable detenerlo (de todas formas dudo que los frenos funcionaran), por lo que el gran desafío consistía en subirse con el auto en marcha antes de que se apagara otra vez. Fueron escasas las oportunidades en que lo logramos, por lo general no habíamos subido más de dos cuando el muy maldito se apagaba nuevamente.
Recuerdo hasta el día de hoy el viaje más largo que hicimos en el Goliat, arrancó en la bajada y logramos subirnos todos al mejor estilo Little Miss Sunshine*, luego misteriosamente desvió su marcha hacia el campo, cruzó aparatosamente la cuneta y avanzó un par de cuadras, pero la felicidad duró hasta que el destino le propició un montón de hormigueros en su camino que provocaron algunos chichones en sus ocupantes y el posterior deceso del susodicho por tiempo indefinido.
Todavía me cuesta imaginar en qué estaban pensando nuestros progenitores cuando nos permitían "jugar" con ese auto. En realidad me lo imagino perfectamente, sólo que me niego a creerlo.

*En referencia a la película que lleva el mismo nombre http://en.wikipedia.org/wiki/Little_Miss_Sunshine

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