viernes, 21 de mayo de 2010

A campo traviesa

Vir y Ceci llegaron a lo de Quico a la hora de la siesta, el sol rajaba la tierra arada y una jauría de perros salió a su encuentro. Desde muy pequeñas disfrutaban visitar a los vecinos.
Quico y Celia -así como Aquino y María- eran gente muy amable, humilde y con una generosidad pocas veces vista. 
De niñas probablemente esperaran ser agasajadas con un pedazo de pan con manteca o alguna rosca con chicharrones, pero ahora ya de mayores se conformaban con compartir un rato ameno, y si la suerte las acompañaba volver con algún morrón bajo el brazo.
Vir siempre había sido muy delgada, herencia de familia quizás, pero hacía tiempo que Quico y Celia no la veían y los años habían venido acompañados con algún kilito de más. Naturalmente, ella esperaba algún cumplido del tipo "Virginia, estás más repuesta", pero no podría haber imaginado nunca algo semejante. Le costó años volver a lo de Quico luego de lo ocurrido, lo que vivió esa tarde de verano de 1993 quedaría grabado en su memoria por siempre.
Fue esa tarde de 1993 que Celia la vio después de tantos años y no lo pudo evitar, y por más que hubiera querido esconder un halago en aquella frase, habría sido terriblemente difícil de encontrar para el imaginario citadino de nuestras muchachas. Fue apenas traspasaron el portón de entrada al patio que Celia exclamó con entusiasmo: "¡Ay Virginia, de tan gorda parecés baja!!!"

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