jueves, 14 de enero de 2010

Momento incómodo

Hacía tiempo que no sentía tanto calor. Me daba pereza pero tenía que ir, tenía que cobrar ese maldito trabajo, era en la Prefectura Naval de Trouville.
Llegué sudando después de caminar varias cuadras al rayo del sol y me atendió un marinerito súbdito que me invitó a esperar. En ese momento lo ví a él, a el Jefe, un cincuentón con aire superior que me miraba fijo esperando un saludo. Lo saludé. Me respondió. Y algo extraño se sintió en el aire.
Me hicieron pasar a un cuarto mientras revisaban las facturas del pago, todos hablaban del Jefe con respeto. Cuando estuvo todo pronto me dijeron que pasara a la oficina del Jefe para cobrar. Y ahí estaba él otra vez, alto, veterano, importante, y extremadamente atractivo. Yo sentía como me corría el sudor por el cuerpo, hacía mucho calor. Y también sentía sus ojos que no dejaban de mirarme. Eso me hacía sudar aún más.
Finalmente me pagaron, los segundos parecían horas. No pagaron con un cheque, no pagaron en dólares, pagaron en pesos, cincuenta y tres mil pesos en billetes de mil que tuve que contar uno a uno mientras todos me miraban, mientras él me miraba, podía sentir su mirada libidinosa recorriendo cada centímetro de mi cuerpo. Los conté varias veces porque me perdía. Y sudaba cada vez más.
En realidad nunca pude estar segura de la cantidad, simplemente dije que había terminado de contar y que la cantidad era correcta. Puse el dinero en la mochila y me dispuse a retirarme, estaba a punto de irme airosa cuando el marinerito súbdito me dijo que me recomendaba tomarme un taxi, saqué el celular para llamarlo pero el marinero dijo que ellos lo llamarían y en cuestión de segundos se retiró de la oficina dejándome sola con el Jefe.
El silencio era incómodo, no sabía qué decir ni de qué hablar con un Comandante, había escuchado que lo trasladaban ese mismo día por lo que le pregunté: "¿Vos sos el que se va?". Se tomó su tiempo para responder, me miró a los ojos y me dijo: "Sí, ¿por?". Momento incómodo. No había un por, simplemente había querido sacar conversación, pero el tipo desvirtuó todo y yo sentí que parecía además de chusma, pelotuda y lo que es peor: interesada en su partida. No recuerdo cómo pero logré salir por la tangente, seguramente con alguna otra respuesta embarazosa.
Y lo que en algún momento me había resultado increíblemente atractivo se fue transformando paulatinamente en desagradablemente baboso.
El tiempo no corría, me miró, hizo una pausa y me dijo: "Estás nerviosa". Era cierto, y aunque no hubiera sido así, tal aseveración era capaz de poner nervioso a cualquiera. No sabía que decir y sudé más que nunca, finalmente le dije sabiendo que a medida que hablaba me iba hundiendo cada vez más: "Es que sudo mucho y cuando sudo me pongo nerviosa". Ahora en frío se me ocurren mil respuestas mejores, podría haber respondido cualquier cosa, podría haber dicho simplemente que no, que no estaba nerviosa. Pero se me tuvo que ocurrir decir eso y se me tuvo que ocurrir darme cuenta instantáneamente de que la respuesta era mala, que me ponía en evidencia y que me hacía sudar aún más.
El marinero no volvía y la temperatura era cada vez más alta. Yo tenía el celular en la mano desde que me había dispuesto a llamar al taxi, no sabía a dónde mirar, no lo quería mirar a él, temía el momento en que nuestras miradas se cruzaran. A esa altura el aire se cortaba con un cuchillo, y de la nada él me preguntó: "¿Me das tu teléfono?". Al principio atiné a darle el aparato creyendo que hablaba de eso pero afortunadamente me dí cuenta a tiempo de que lo que quería era el número, otra vez los segundos parecieron horas, no quería darle el número pero tampoco quería negárselo, si se lo negaba era asumir que el tipo tenía otras intenciones conmigo más allá de los negocios. Entonces se lo dí, quise darle el de la empresa pero no me lo sabía de memoria. Todo era muy confuso, muy raro, un torbellino de momentos eternos que habían durado apenas minutos.
El taxi no llegaba, por fin vino el marinero a decir que capaz que el taxista estaba esperando en la Rambla, rápidamente dije que me iba y pensé en despedirme con un simple "hasta luego". No sabía como saludar a un Comandante y dudé, y me acerqué, y él me dio un beso, fue un beso apretado, mojado y directo a la mejilla.
Mientras me alejaba caminando una sonrisa cómplice se dibujó en mi cara, talvez por nervios, quizás por alivio, pero seguramente por el momento incómodo.

3 comentarios:

disenosartesanales dijo...

Me encantó este relato.
La manera que tienes para expresar clara las cosas pero a la vez entretenidas.
De un pequeño suceso hiciste algo que me atrapó.
Un saludo!

A. Noel

flower dijo...

le tendrías que haber pedido el cel a él, por lo menos para tus amigas... ja!

Laura Scaron dijo...

A. Noel, muchas gracias, espero que te des una vuelta por acá de vez en cuando!